Actualmente Yoga, una práctica espiritual cuyo enorme valor y contribución es la investigación de la mente, ha devenido en un sistema de colocación del cuerpo en determinadas posiciones. Sin embargo, desde su origen, Yoga partió de una pregunta: ¿por qué sufre el ser humano? Sus pensadores delinearon un sistema basado en la observación de los factores que nutren la vida: una especie de dinámico algoritmo, siempre renovado, un proceso en el que la interacción y el cambio son la constante natural y donde la energía atrapa a los individuos y, por los trucos de la mente, olvidan la consciencia. En la sociedad actual se han acrecentado los estados de angustia, crisis, depresión, excesos emocionales y maniobras de evasión y de adicción: de hecho, una retracción del proceso vital. Surge la pregunta, acuciada por la sombra del miedo, luego de la pandemia Covid 19 y sus variantes y de la inestabilidad mundial: ¿qué pasa con la inmunidad? Yoga tuvo su origen hace 4000 o 5000 años. Obviamente, sufrió modificaciones y adaptaciones. Las desarmonías actuales nos proponen volver a pensar en las bases de lo que constituye la experiencia humana. Es mucho más que posturas, a las que de hecho valoramos. Su sentido es el de generar los espacios de observación que permiten retomar la olvidada experiencia de llegar a destino con integridad.